Ir a ver las fotografías de Alberto García-Alix es un verdadero embate y a la vez un verdadero lujo. Lo que realmente interesa es hablar con Alberto García-Alix. De todo, menos de fotografía. Pasearte por el Prado estando a tres días a caballo desde Badajoz a la pinacoteca madrileña, supone un artificio, un estipendio costoso para las ínfimas horas de vida que le podemos dedicar a los paseos por museos en nuestra corta vida. Alberto lo sabe, nosotros no. Y picamos encantados.
La fotografía bien hecha se carga con un filtro de cigarrillo pelado para que los grumos del artista no pasen a la jeringuilla. Los artistas suelen guardar este filtro porque después de ocho o diez tomas pueden extraer los negativos que han quedado almacenados y de esta manera tienen una dosis extra. Es el síndrome de abstinencia de arte, de la imagen que cuenta algo, lo que nos hace seguir enganchados. Aquí es donde García-Alix hace acto de presencia. Esa dosis extra.
Alberto García-Alix
Ver las fotos de Alix es sentir el crujido del barco de Shackelton, cada etapa de su vida una sobredosis de sinceridad, uno de los superviviente de la travesía de Magallanes que regreso a España, uno de los que pudo servir de alimento para la tragedia de los Andes, pero se recompuso, afeitó su pasado con honestidad y a golpe de tirar fotos desde las vísceras, salió a flote.
Alberto habla por los codos, charlar con él es embaucarse en la épica, esa de la que él, tanto discierne. Una Derbi, una carrera de motocross, una cámara, una fanzine de comic guiris, dos amigos nuevos en el rastro, Cesseppe y un cuarto de baño, una sala oscura, un pico, mil tatuajes, Teresa, Derecho, nada, Periodismo, nada, una pérdida, Ana Curra, perdido en Venecia, heroína, una sala en París, conocer a una mujer y su hija, sus paseos hasta el ecóle, un equipo de motos campeón de España, el retrato de Camarón, la camisa de su hermano Willy, la moto por cualquier barrio de Madrid, una llamada, archivo sonoro y visual para un documental, el Premio Nacional de Fotografía, China para escribir, Francia para gemir, más tatuajes, más entrevistas, más ronca su voz, más profunda su vida, un fotomatón sin pistolas y mucho arte.
Venas de arte en Santa Catalina. Arteria
Lo anterior no tiene sentido, sin la labor que se está implantando en Arteria, en el corazón de la ciudad de Badajoz, en Santa Catalina. Cuando nació tenía el propósito de construir un espacio de referencia en las distintas y multidisciplinares técnicas artísticas…y lo ha cumplido con creces. Abraham Lacalle, Yann Leto, Felicidad Moreno, Ruth Morán, Carlos León, Emilio Gañán y García Alix entre otros, han conseguido que la ciudad se abra al arte desde una óptica cercana, humana, ese lugar de lo social, donde se conjugan el verbo compartir, aprender, con el que se engendró el proyecto.
Fantasías en el Prado
Entramos en este espacio y el Cid, de Rosa Bonheur, de 1879 se convierte en un autorretrato de Alberto. – Cómo iba a desaprovechar esa oportunidad, dice riendo-. Esta foto y otras trece obras nos acompañan en Las Fantasías en el Prado. De su pinacoteca imaginaria y del Museo Nacional. Tras cuatro años entrando y saliendo del Museo del Prado para retratar y reinterpretar obras maestras de la pintura y la escultura. El resultado es una muestra imprescindible donde el mejor retratista de nuestra época usa la compleja técnica de la múltiple exposición sobre película analógica para fusionar imágenes de Goya, Velázquez o Van der Weyden. Detrás de este trabajo existe un guión, -todo lo guionizo-, comentaba en la charla. -Todo lo llevo a un trabajo previo, no tengo tiempo de tirar fotos con digitales, soy mayor para eso-, dice con sorna. Alberto baila en la Iglesia, con look motero, aunque de blanco impoluto, ese contraste siempre presente en sus imágenes y en la que proyecta, Alix revolotea con su vieja cámara en la dehesa extremeña que le sirve en plato de loza Carlos Tristancho. Amigos de aceras madrileñas y cemento de arte, los dos con esa bonhomía que hace grandes a los humanos. Alberto degusta los ingredientes de nuestra tierra mientras mira de reojo como queda su foto en el marco cultural que ofrece Santa Catalina. Allí, siguen danzando las mujeres de Rubens, bailando a la par con los ojos del fotógrafo, ojos que se repiten y resaltan en la mayoría de esta serie. Ahora tenemos la fortuna de verlo con nuestros propios ojos, en nuestra ciudad. Pasen, cierren los ojos, y vean.
Este trabajo, realizado durante los últimos tres años con entradas intermitentes al Museo del Prado, supone una búsqueda y la construcción de un imaginario propio con las grandes obras de la pintura y escultura que alberga el museo.
Ha sido un ejercicio fotográfico complejo y que realicé un tanto ciego al resultado, siempre aleatorio. En película analógica fundo dos o tres tomas en una sola y todas bajo la misma luz que hay en las salas. De las tomas, ¿cuál prevalecerá? ¿cómo acentuar la segunda? ¿cuánto debo cerrar el diafragma en la primera y cuánto abrir en la segunda?… ¿Y en la tercera? Hago estas cuentas mientras valoro los fragmentos de los cuadros y les busco un sentido. Sometido a este tipo de interrogantes me he movido por salas y pasillos sin concederme descanso. Es el trabajo y su tensión, su praxis y la fatiga, pero nada es valorable, ni comparable, con la emoción que me agitaba al trabajar con los cuadros.
Enfocando la cámara, sumergido en lo que veía, a veces se detenía mi aliento y parecía que el tiempo durmiera. Caminaba arrebatado entre pinturas que me convulsionaban. Muchas tienen un poder sublime y al acercarme a estudiarlas, hipnotizaban. Fotografié inmerso en un sinfín de resonancias y fantasmagorías. Percibiendo en lo subjetivo y en lo intuitivo. Busqué darle respiración a los retratados y carne a las estatuas. Miré, además, en comunicación con la historia, la política y el arte, apropiándome de tiempo, luz y pinceladas.