Written by: Cara a Cara

Eduardo Strauch «Exit: Sobrevivir en los Andes, una lección de lucha sobrehumana»

En 1972, localizaron a Shoichi Yokoi, un sargento del ejército imperial japonés oculto en una caverna, 28 años después de la 2ª Guerra Mundial. En ese año se realizaron las primeras fotos de Júpiter. En los Juegos Olímpicos de Munich del 72, terroristas palestinos sembraron el pánico asesinando a deportistas judíos. El Apolo 17 sale disparado de Cabo Cañaveral. El Gobierno de Chile al completo dimite para dar paso a Allende. Se comete el tercer asesinato de ETA en España en ese fatídico año. Sobrevive únicamente una azafata de un atentado terrorista con bomba de un avión en Checoslovaquia. En Irlanda del Norte, el Domingo Sangriento marca un antes y un después en las islas británicas. En California se invalida la pena de muerte por cadena perpetua. Los Estados Unidos y la URSS, juegan fríamente con la política internacional con Brezhmer y Nixon de figurantes. En 1972 se estrena el Padrino de Ford Coppola. El mundo seguía su curso.

Pero en 1972, para los tripulantes de un avión el mundo se paró por 72 días. El 13 de octubre de ese año, el Fairchild FH-227D del vuelo 571 de las Fuerza Aérea Uruguaya colisiona contra un pico de los Andes a 351 Km por hora, cayendo la parte del fuselaje en el glaciar del valle de Las Lágrimas, a 3570 metros de altura. El trineo de plomo lo apodaban por su pesadez en el vuelo. De Montevideo a Santiago de Chile, con escala en Mendoza. 40 pasajeros, entre ellos 5 tripulantes. El resto es ya historia.

Ponerte delante de Eduardo Strauch, uno de los 16 supervivientes de aquella tragedia, o milagro según quien lo narre, supone una entrevista milagrosa o trágica, según quién la lea. Eduardo tiene todo el azul de los Andes en sus ojos, parece guardar todo el año 1972 en su fondo. Calmado, como el silencio de la montaña, de voz ondulante como una poesía de Oliverio Girondo y lleno de oxígeno en cada movimiento, todo el que pudo atrapar para sobrevivir a una de las gestas humanas más importantes de nuestra historia, nos desvela algo que gran parte de la población conoce, pero nos deja destellos que, según Eduardo; «deben recordarse para no caer en el olvido».

Arquitecto de 71 años, Strauch, nos habla de la montaña que le arrancó 72 días de vida pero que le volvió a dar 16786 días de paz absoluta. «La sociedad que creamos la gestamos con el imán, la fuerza de volver a nuestros seres queridos, padres, madres, hermanos, novias…el amor a la vida, y simplemente eso, esa fuerza hizo que tuviéramos la opción de salir de allí».

Eduardo me corrige, «No es rugby como decís en España, es un deporte inglés, /ˈrʌɡ.bi/. Veo poco, sólo algunos campeonatos del mundo». El deporte que les hizo estar unido, el deporte donde el zaguero es un defensa y donde las cabezas chocan en equipo para arrebatar el balón ovalado, les llevó a caer en medio de la nada, en una montaña donde la naturaleza ejerce su fuerza, con paciencia, y como remarca Eduardo, tiene tiempo dentro de su inmensidad, «Es pura y dura a la vez, y nosotros teníamos la necesidad acelerada de salir de allí cuanto antes. Sin ese nivel de concienciación, de nivel de equipo, de nivel educativo, no estaría aquí contigo hablando de este tema».

Nando Parrado, otro de los supervivientes de los Andes, y el que, junto con Roberto Canessa cruzan durante diez días la cordillera para salvar a el resto de compañeros, escribe en el prólogo de su libro, que «La lección que he aprendido es simple: el sufrimiento puede aplastarnos, pero también puede brindarnos sabiduría.». Strauch comparte esa reflexión: «La gente cuando escucha nuestras charlas conoce nuevas cosas y los conecta con problemas de su vida cotidiana, toma de nuestras historias elementos para solucionar, o intentar solucionar problemas de su vida. Hay chicos de diez y once años que han descubierto la historia a través de la magnífica película de Bayona y se acercan con los ojos enrojecidos, emocionados por algo que pasó hace más de cincuenta años».

La conferencia que tuvo lugar en Badajoz, organizada de manera especial por el Colegio Puertapalma-El Tomillar en su edición de Attendis Talks, fue fiel reflejo de ese imán personal que Eduardo Strauch posee, y donde como muchos de los supervivientes recuerdan en sus entrevistas, el amor a los suyos pudo con todo. Ovación antes y después de la charla, un ruido largo y emotivo de palmas.

Eduardo nos recuerda otro ruido, el de las aspas del helicóptero, de entre el eco de las montañas que abrazaban dulcemente la espera de su agonía hacia la muerte. Recuerda ese ruido y muchos otros que intenta mantener en la memoria líquida de su vida. «Exit: Sobrevivir en los Andes, tiene ese título para recordar la necesidad de fijar el objetivo en salir de la agonía. Una vez que caía la noche y hacíamos del fuselaje nuestra guarida, entre los sobresaltos del frío al que estábamos expuestos, -30º en muchas ocasiones, abría los ojos y veía el pico rojizo de algún cigarrillo encendido y el cartel de EXIT del avión. Fue lo único que cogí antes de montarme en el helicóptero».

Del ruido de la avalancha al silencio más absoluto. Eduardo no tiene ningún problema de hablar de antropofagia, de la necesidad de sobrevirar en el plano que le había colocado la secuencia de su vida. «En un segundo, esa vida de calidad, de paseos por Montevideo, de familia, amigos y buena vida se derrumba, a partir de ahí tu mente se activa. Ese tabú cultural que teníamos los que resultamos vivos del accidente se tornó en una extraña dualidad, vivir con la vida de los otros que la perdieron: Sentí una paz interior enorme, una especie de alegría por sentir que podía llevar a cabo ese proceso, a otros les costó enormemente, repito, cuando no hay opción todo lo canalizas, y la mente tiene poder enorme en todo esto».

Para muchos supervivientes, más allá del hambre y el frío, la sed fue uno de las cosas que más sufrieron. El arquitecto uruguayo, destaca la capacidad de ingenio que se tiene en estos momentos. “La mente te hace no derramar una lágrima cuando el que tienes al lado acaba de fallecer, la mente y su dimensión en situaciones extremas, obvia todo aquello que duele. Nuestras cabezas vuelven a esos recuerdos primitivos, infantiles, donde hay que rescatar la agudeza para crear un sistema para derretir la nieve, coser tela con trozos de asientos, crear esquíes improvisados para poder cruzar los Andes…».

Desde el silencio, la paz total, pasar por tener la mente libre en un cuerpo preso le ha ayudado a conectar con lo que rodea de manera más natural, distinta a la que tenía programada en su cabeza previo al accidente.

Eduardo Strauch repite como un mantra esa sensación única que experimentó dentro de ese caos, la belleza de la montaña en contraste con la imagen abominable de la situación. Nos recuerda lo que le costó “volver” a la sociedad que dejó antes del accidente y de lo difícil que es recuperar ese umbral que padeció en los Andes.

Yo estuve muy conforme como procesé todo. Mi vida sin duda cambió, fue un punto de inflexión y mi vida es mucho mejor de lo que hubiera sido porque vi claramente el camino y las cosas que tienes que hacer para ser feliz y ser mucho más sencillo. No fue una cosa automática, por supuesto salí de ahí, bajé a tierra y con el tiempo fui seleccionando el camino que debía seguir. Me costó un año, tras el accidente, volver a esta sociedad, todo me resultaba como un ruido ensordecedor y fuera de mi nueva forma de ver la vida».

Con muy pocas cosas uno es feliz, así nos cuenta Eduardo Strauch su periplo tras la tragedia. También nos dice que su vida se acerca a lo espiritual desde un enfoque más humano, más de tierra, de tocar las cosas y saborearlas, que el Dios que le enseñaron en la escuela es distinto al Dios que cree hoy.  Desde el silencio, la paz total, pasar por tener la mente libre en un cuerpo preso le ha ayudado a conectar con lo que rodea de manera más natural, distinta a la que tenía programada en su cabeza previo al accidente.

Ese tabú cultural que teníamos los que resultamos vivos del accidente se tornó en una extraña dualidad, vivir con la vida de los otros que la perdieron: Sentí una paz interior enorme, una especie de alegría por sentir que podía llevar a cabo ese proceso

Eduardo Strauch anda ágil, pero con aplomo, en un gesto como heredado de las montañas, en una filigrana de mover maletas como rutina en ese valle blanco de nieve y soledad. Se despide con gesto cálido, con una mirada infinita, desnuda en su memoria y portentosa en su lección de vida. En cierta manera, ese 1972, tatuado en su fondo, un milagro y una tragedia, que mezcladas siempre mantendrán la épica de unos humanos que lucharon con el azar de la naturaleza para seguir entre nosotros…para, como añade Eduardo, “después del purgatorio de los Andes, ser mejor persona».

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