Moviendo la mano, como untando un algodón de azúcar, acariciando el viento. La cadena de oro de su muñeca al tintineo de su codo, recto y enfrentado, acunado por el puño blanco de la camisa. El otro brazo juega con la silla de enea, la madera parapeta la guajira, la sostiene en sus vetas, y acompaña a los vaqueros a ordeñar la vaquería. Traje perla suspendido en un tono místico en su paseo por la Habana, el abrigo de pata de gallo con solapa de lana negra lo erigen monarca del flamenco. El resto es ya historia: gafas negras y un clavel en el bolsillo de la chaqueta. Cuando canta el Porrina de Badajoz.
Estamos de aniversario, o eso dicen. De su nacimiento, o eso dice su DNI. Fecha que cambió para venir al mundo unos días antes, por eso de la superstición. Estamos en los cien años del muchacho que tuvieron Juan Salazar y Ana María Campos, o eso reza su certificado de nacimiento.
El “cantor”, como le llamaba Amalia Rodrigues, enamorada de la fuerza y dulzura de su voz, está de homenajes y gorgoritos varios. Entre ellos, uno que cobra especial fuerza, el que le hace Francisco Escudero El Perrete en el Festival de Flamenco y Fado de su ciudad. Un diálogo, un cara a cara, una charla en un envoltorio de patio de cabales, que desviste con su especial sutileza, el joven cantaor, ortodoxo (no te enfades maestro) y heterodoxo a partes iguales. De fondo la Orquesta de Extremadura y los arreglos del gran Paco Suárez arropados por la familia, Ostalinda y Paco Suárez, al piano y la flauta y Paco Vega a la percusión.
Si trazamos una bisectriz desde su figura hecha estatua en la plaza de la Soledad, el marqués de Porrina apunta a la patrona de Badajoz, cruza parte del casco antiguo, atraviesa el Parque de Castelar hasta llegar al revellín de San Vicente rediseñado por Antonio Juez como Auditorio. Allí, en esa diagonal perfecta, los palos del Porrina pasarán el testigo a El Perrete, ese “mil leches” bien mezclado, de impronta isleña y luna gallegas. El elegido para asomarse al alfeizar del cante de José Salazar, que con aire desenfado, de voz fina y quejío endémico nos trasportará, si cerramos los ojos, a esos locales, tabernas y tablaos, que un día impregnaron de eso que llaman flamenco a la ciudad de Badajoz. O eso dicen.
El Perrete tiene 32 años, una edad donde una ya tiene tablas o pasa a la reserva de los combos flamencos. Lo que hace especial al cantaor de esencia extremeña es su forma de ponerse delante del público, su transversalidad en el flamenco y su naturalidad fuera de él. Nos confiesa que es igual de feliz montando a caballo que cantando una seguidilla.
Mi gente viene del campo, del ganado bravo, del caballo y de montar mucho en la vaquera. Y ahora, que uno ya puede decidir, no sabría decirte que me gusta más si el caballo o el cante.
Le preguntamos por el recorrido que necesita la ciudad para tener esos espacios de flamencos, algunos parecen que despuntan en un Badajoz yermo de espacios de continuidad donde tener presidiendo una foto de Porrina en lo alto de la pared.
En este homenaje hablo con Porrina, habrá dos sillas, una para mí y otra para el maestro, todo improvisado, y es ahí donde voy a plantear esas cuestiones entre otras cosas. Más allá de mi imagen algo polémica a veces, sólo trato de confrontar las realidades del flamenco. Quiero armar algunas de las mías, muy pulcro, muy en mi sitio. De manera educada lanzo dardos que creo son necesarios. Estamos en un momento muy bueno en el flamenco sin necesidad de exportar tangos y jaleos, ya existe un cante y no necesitamos ir con las etiquetas. Igual que escuchas a alguien y sabes que es de Jerez sin tener que cantar por bulerías, lo mismo pasa en Huelva o en Granada, y en esta tierra ya está pasando.
Hay gente lo que no hay son espacios, existe gente que sabe que está dormido y después hay otro grupo de personas que se le está dando un poder que no tiene tanto registro conocedor. Eso es válido, pero también es verdad, y como escribía Fernando Valbuena el otro día en un artículo, la gente se fijaba más en la bohemia del Porrina, en su día a día que en lo que Porrina nos legó en el flamenco y el entorno del arte en general. Quizá ahora esté pasando lo mismo.
El legado del arte, las estribaciones del cante en lo que le rodeas son muchas y variadas, y como citaba Valbuena, la prensa rosa tiene más adeptos que la propia prensa. Aquí aparece el homenajeado, un Porrina que se encuentra en el mapa guía de Perrete.
El Porrina era uno de los cantaores más largos que hemos tenido, y ha sido uno, durante muchos años, de los mejores pagados. Eso demuestra parte de su presencia en este mundo. La cultura flamenca antigua era otra, había otros rituales y ahora se canta distinto porque se vive distinto, no es bueno ni malo, hay que adaptarse y saber sacar lo mejor de todo eso.
“Estamos en un momento muy bueno en el flamenco sin necesidad de exportar tangos y jaleos, ya existe un cante y no necesitamos ir con las etiquetas”
Dentro del flamenco, la controversia llega, con el relevo natural y las oscilaciones vitales de la vida, cuando hablamos de la ortodoxia y la heterodoxia del flamenco.
Lo principal es el respeto, desde ahí arrancamos. Un buen cocido se guisa con los ingredientes que necesita un cocido, los matices de otras cocinas en ese cocido es fundamental, porque sigue siendo un plato clásico sin perder ningún ingrediente, pero aderezado y revitalizado con otros matices culinarios. La ortodoxia no existe, existen luces de guía. Y es que antes de mí, había otros y antes de esos otros, otros que lo mismo ni se llamaba flamenco pero que guiaban unas líneas clásicas a las que acogernos. A los niños que hay que enseñarles que su cante no es ortodoxo, es clásico. Y ya dentro de ese clasicismo ya existen las vanguardias con las que buscar nuevas vías, sin salirnos del flamenco como tal.
Formar parte del cartel del Festival de Flamenco y Fado supone un granito de arena para los artistas, una plaza donde estas dos músicas universales se besan y se unen sin peajes de ningún tipo. Para el Perrete actuar en su tierra, en este festival de fronteras y con Porrina como hilo conductor y de su centenario ha llegado en un momento dulce. Su momento.
Hay dos vertientes, una personal y otra profesional. En la parte humana este concierto es un sueño por muchos motivos, porque cuando uno empieza en este mundo ver esos escenarios es algo inalcanzable o al menos una meta de largo recorrido. Me ha llegado cuando me tenía que llegar, hay gente que me quiere mucho que por qué no antes, pero las cosas son cuando se dan y que mejor que darse en el centenario del Porrina. Creo que es una señal, ya que tiene mucha importancia y relevancia para mí. En lo profesional es un reto, no por la envergadura en sí del proyecto, pero en mi tierra no se ha dado tanto. Me siento muy querido por la afición, muy respetado y sobre todo muy valorado. Ser profeta en tu tierra es algo difícil pero yo lo he conseguido y exponer un clásico flamenco con la Orquesta de Extremadura es diferente, con un flamenco novedoso teniendo un nexo de unión con Porrina en un diálogo musical y personal. Estar con un piano, una flauta travesera y una percusión es una responsabilidad, un reto para disfrutarlo.
El Perrete es una pieza vital para agarrar o atrapar a las nuevas generaciones, es el cantaor necesario para proyectar el flamenco a nuevos públicos y consolidar el existente. Sus propuestas son genuinas y eso lo hace diferente y a la vez, antiguo, clásico y actualizado.
La proyección del flamenco está yendo a mejor, hay menos cantidad, pero sí que noto calidad artística, de compromiso para trabajar con distintas fórmulas. Hay mucho que se ha perdido, la bohemia ya está tan vigente, pro también han cambiado nuestras formas de vivir y de consumir cultura. No es mejor ni peor, son otros conceptos, otros contextos guardando la tradición. En esa tradición hay una cantera muy interesante aquí en Extremadura de la cual me siento partícipe, ya que muchos son alumnos míos. Estamos en un buen estado de forma, tenemos a grandes compañeros con un flamenco más global que nos hace estar en todos los rincones del mundo.
“Me ha llegado cuando me tenía que llegar, hay gente que me quiere mucho que por qué no antes, pero las cosas son cuando se dan y que mejor que darse en el centenario del Porrina.”
La tensión destroza media vida, el Perrete sustenta su cante en mantenerla bien controlada. Su voz, macilenta, de tonos azules y giros rojizos, es un despliegue que necesita de mucho mimo. Lo dice el propio cantaor. De ahí su sello artístico. De ahí su recorrido y a pesar de las críticas o las buenas palabras, sigue firme, recordando sus inicios y soñando el futuro con un Flamenco 2.0 digno de ser oído.
De Casa Patas con Farruquito o Joaquín Cortés, siendo un niño en la Cueva del Candela con Pepe Habichuela, los Carmona, todos los niños que ahora están pegando como mi querido Miguel Poveda. De ahí vengo. Recuerdo de aquella época el consejo del maestro Enrique Morente, estudia como un castellano y siente como un gitano. Y eso estoy haciendo con mi nuevo disco, malagueñas con guitarra eléctrica, alegrías de Córdoba con música negra, toques zen, aires míticos pero flamenco y me he puesto en las manos de un gran productor. Un proyecto grande con el que quiero disfrutar en directo. Ser yo.