En Bilbao un enorme ático se consume tras cien años de reinado de los Marías. La bombilla exhala su último rayo de luz, el secreter se amotina tras el último servicio ofrecido entre marcas de abrecartas y frases de novelas. La llave gira al lado contrario, para cerrar la mística del 12 de diciembre del 1912, a las 12 horas, para fechar el vínculo, aquel guión generacional que su abuela se cercioró de generar al abrir la puerta de una historia familiar. Marino mercante, con tormentas diurnas en alta mar, con viajes mágicos al Pagasarri, con ese señor que era su padre, su adversario, su enemigo dinástico, su escorbuto de mar adentro, esa persona que miraba sin ver en sus últimas y agónicas horas de vida. Fernando Marias, desafiando al cine en el gris Bilbao de los 70 y 80, siendo uno más de los vaqueros de Peckinpah, un salvaje mimado, un hijo que ordenó que se fuera de la casa a su madre, nada más llegar su padre de dos años de travesía marítima, cumplió su promesa de rescatar el miedo mutuo y perderlo entre la nostalgia de La isla del padre. Y una foto en el fondo de un cajón de antigua casa, realizada por el nexo de unión, su madre, en blanco y negro, con dos figuras, una enorme y aguerrida y otra minúscula y batalladora, dos personas con miedo que tan magistralmente ha llevado a una novela Fernando Marías de manera autobiográfica.
¿De qué trata tu última novela Fernando?
A mí me gusta definirlo en una línea; trata del miedo mutuo que nos teníamos mi padre y yo y de cómo lo perdí. Es una novela que empiezo a escribir cuando mi padre enferma, en ese momento se gesta, y comienzo a escribir cuando muere cuatro después. Cuento la relación que tuve con mi padre, que era marino mercante, es un libro autobiográfico magnificado con unas partes de novela, con recreación de ficción, con ensayo.
“El cine cambió mi vida, fue lo que me hizo ser un contador de historias”
Creo que el proceso de elaboración de la novela tuvo algo de mágico…
Sí, porque me fui a escribirlo a la casa familiar, la casa que compró mi abuela en 1913, recién casada y allí nacieron mi madre y sus hermanos, mis hermanos, mis sobrinos y allí hemos crecidos todos y a la muerte de mi padre, mi madre se fue a vivir a casa de mi tía y esa casa la vendimos. Pero mientras la entregábamos yo conseguí un tiempo añadido al comprador para que me dejaran hacer una fantasía, que en un momento tuve, que era dejarlo todo y encerrarme en esa casa para escribir esta novela sobre mis recuerdos. Un acto que ha tenido mucho sentido, porque la casa empezó a hablarme y a darme recuerdos que yo tenía medio enterrados.
Y para elaborar La isla del padre ¿Qué rutina mantuviste en la elaboración de la novela?
Yo soy muy vago, tengo que pensar mucho el libro y cuando está trabajado, me pongo en marcha y empieza a funcionar, a salir de manera natural. Pero hasta que llego a ese proceso, pasa mucho tiempo, y el mecanismo es sencillo; el ordenador siempre encendido y dedicarme a pensar en la novela en casa mientras cocino, cuando hago bicicleta e incluso cuando veo una película. Ese es el momento mágico, sólo pienso en el libro, y es cuando tengo la sensación de que el libro está invadiendo la realidad y la realidad es el libro y yo sólo soy una ficción que vive el libro.
Hablando de ficción… ¿Cuál es tu relación con el cine?
El cine me salvo de una infancia oscura, y no por mis padres que eran estupendos, sino porque yo vivía en una ciudad contaminada como Bilbao, oscura, en pleno franquismo, con el poder de la Iglesia presente, una ciudad en la que sólo se podía estudiar Matemáticas, Medicina, Derecho o Económicas. Nada relacionado con el mundo literario, y entonces para mí la pantalla de cine era una salvación, procuraba ir todos los días, me sumergía en la pantalla como Alicia en el país de la maravillas, y me quedaba fascinado viendo la película. En esos cines de pantalla grande, donde las salas eran como iglesias, donde en ocasiones estaba yo solo viendo y viviendo esas historias. Eso cambió mi vida, fue lo que me hizo ser un contador de historias.
“El momento mágico llega cuando sólo pienso en el libro, cuando tengo la sensación de que el libro está invadiendo la realidad y la realidad es el libro y yo sólo soy una ficción que vive el libro”
Cuentas en tu libro, y suena a escena de película, que tras la visita paternal a la casa tras dos años de ausencia por trabajo, sólo se te ocurrió decir ¿Pero quién es este hombre?
Mi padre fue marino mercante, y su primer viaje fue de dos años, entonces cuando yo nací él estaba empezando unos de esos viajes y decidió coger un avión para conocerme a Bilbao. Yo era aún un bebé pero tras esos dos años de travesía, yo ya tenía casi dos años y cuando entró en casa, un hombre alto, fornido, oscuro, con una maletita, la primera voz de hombre que entraba en esa casa. Y cuando lo vi, note que era un invasor, en esa casa ático en el centro de la ciudad, donde yo era un niño que vivía siendo el emperador de aquella casa, además convivías sólo con mi madre y mi abuela que estaban empeñadas en mimarme, con lo cual mi vida era muy cómoda. Si quería un bollo de chocolate un domingo a las cinco de la tarde, mi abuela no volvía a casa hasta que encontraba el bollo de chocolate. Yo pensé que la vida era eso. Y de repente aparece una figura masculina, desconocida, que viene a imponer su autoridad y además una persona a la que me decían que había que querer porque era mi padre, entonces yo sólo quería que se marchara cuanto antes…y fue cuando dije ¿Y este quién es? Es tu padre me respondieron, pues que se largue les dije. Tuvo que ser tremendo para él, que supongo que esperaba que yo me lanzara a sus brazos.
Fernando, al ser un libro tan personal, autobiográfico y emocional ¿Te ha supuesto un esfuerzo extra?
No, yo he tenido la sensación de que él estaba conmigo y conversaba conmigo durante todo el proceso de creación. En realidad ha sido fácil y jubiloso. Lo he pasado muy bien escribiendo este libro, he tenido la sensación de que le alargaba la vida.
¿Tiene hijos Fernando?
No, pero tengo sobrinos, que me dan una idea muy remota y muy aproximada a la vez de lo que puede ser un padre. De alguna manera es un proceso que me ha hecho pensar y he vivido la extraña sensación, mientras escribía La isla del padre, de sentirme padre e hijo.
“La idea de contar y escuchar historias nunca desaparecerá”
¿Qué te aportan las ferias de libros como la de Badajoz?
Me entusiasman las ferias de libros, aunque tenga hora para firmar y no firme un solo libro. Ver pasar a la gente, ver el sol, luz, todo girando alrededor del libro, para comprarlo, o verlos, para conocer escritores, talleres, conferencias…yo esta Feria de Badajoz no la veía desde hace cinco años, ahora es más amplia, la ubicación es mucho más atractiva, y las actividades infantiles para apoyar a los futuros lectores y escritores…todo eso es maravilloso y pesar del pesimismo de la poca venta de libros, del derrumbe del marcado editorial, cuando está en sitios como éste, tenemos la sensación que vivimos en un sueño, como un cuento infantil, donde de pronto los escritores y adultos se convierten en niños que viven el sueño de que el mundo del libro está vivo, es poderoso y sigue avanzando.
¿Cómo está ese panorama de los “sueños literarios” en España?
Yo me aferro a una idea que a lo mejor es un poco romántica e ingenua, siempre desde el principio de los tiempos ha habido personas que deseaban contar una historia y otras personas que deseaban escuchar esas historia. Ese es el origen de la literatura, mientras eso exista los libros tienen esperanza. Puede que con el tiempo el libro electrónico vencerá al libro en papel, por supuesto algo que nunca desaparecerá, pero la idea de contar y escuchar historias nunca desaparecerá.
¿Qué libro tendría siempre en la mesilla de noche y qué obra le ha parecido más interesante de este año?
Yo siempre tengo en esa mesita de noche a “Ficciones” de Borges, un libro que tengo la sensación que escribió para mí. Suelo releerlo cada diez años y siempre descubro cosas nuevas.
Y este año he leído una novela que me ha impacto que se llama “Subsuelo” de Marcelo Luján, editada por Salto de Página, pero sobre todo hay una novela juvenil “Sombras de la Plaza Mayor” de Rosa Huertas que cuenta aquellas historias que suceden en un lugar tan emblemático cuando todo oscurece y desparece la vida y la actividad.
Para finalizar Fernando Marías, como escritor siempre estará pensando en su siguiente novela, ¿Existe algún boceto de la misma?
Tengo una idea para hablar de otra muerte que también ha sucedido cercana a mí pero ahora estoy viviendo la gran alegría que me aporta presentar La isla del padre.
Entrevista. Willy López | Fotografía. Félix Méndez