Nos equivocamos de número. O al menos de apartamento. No, el estudio está una calle más arriba nos dice una voz femenina. Uno, dos, tres pasos y zas, la casa oblicua. Goma arábica en polvo, el médium mate acrílico, el bianco di zinc, amarillo cadmio, azul sármede, viridiana y lápices de colores todos a medio afilar, puestos en orden, en un bote reciclado de conservas. La lata de medio kilo soporta un aquelarre de pinceles, limpios todos, castigados indisolubles por la mano del artista. Espátulas, grafitos, ceras, acuarelas de toda formas y pantones, tórculo, tintas, plumas, block de notas, de papeles de colores, de sinfonier repletos de dibujos, de ilustraciones, de bocetos y mil pájaros. De entre las ramas de la casa oblicua, las etiquetas configuran una especie de bosque creativo, un desorden con nombre y apellidos, con libros editados en medio mundo, en mil lenguas, con los mejores editores y con los grandes de la literatura universal entre sus creaciones. El periodista y escritor Jesús Marchamalo lo describe como un estudio (el de la voz femenina) como un espacio que parecía que acabara de pasar uno de esos vientos revoltosos que en la calle juegan con los papeles y las hojas, y revuelven los rizos de las chicas y las chisteras de los ilusionistas.
Zabala, elegante, con voz profunda, con eco bohemio, movimientos finos y ojos pausados nos recibe como si fuéramos los parientes lejanos venidos del lejano oeste. En un minuto nos acomoda los abrigos, en dos nos ofrece un café, en tres nos pregunta quiénes somos…¡Bang!
El universo de Zabala cuelga de las paredes, manchas que terminan siendo una mujer en silueta indescifrable, un escorzo en tinta que acaba en un señor capaz de comprar la ciudad de Estocolmo, árboles con troncos de colores y portadas de su Carnets en un caballete, esperando unos cuantos matasellos para ser enviados. No faltan los focos, luces para las carpetas y pequeñas cajas que confiscan todo el trabajo del ilustrador leonés. Las palabras de Cervantes, Shakespeare, García Lorca, Rodari, Melville y Chejov iluminadas por la creatividad mágica de Zabala.
Los cuadernos hacen de agenda, sketchbook como diarios de aeropuertos y hoteles. Bolonia, Dubai, París. Pasaportes para Irán, México y Brasil. Librillos como salvaconductos de creación.
Después de toda la mañana charlando entre desconocidos nos vuelve a preguntar por qué hemos quedado con él para entrevistarlo. Sonríe, serio, pero sonríe. Nosotros suspiramos, alegres, pero suspiramos. No pudimos darle una respuesta. Aún seguimos sin poder darla. Pero de una cosa sí estamos seguros; nos equivocamos de estudio pero no de persona.
¿Qué os aporta este tipo de cuadernos?
Este es nuestro mundo privado. A mí me aporta libertad y disfrute. Con Carnets seleccionamos unas 5000 imágenes de 60 cuadernos. Y lo difícil fue seleccionar tu propia obra, tan íntima, en tan pocas páginas.
Escribe Jesús Marchamalo en el prólogo de ese libro, que tus cajas de acuarelas para pintar esos cuadernos han hecho saltar infinidad de alarmas.
[Ríe]…Saltan continuamente, más de un susto se han llevado mis acompañantes. Es mi material, sin él, no soy mucho en la vida. Bueno, algo soy, aunque me tengan que desnudar en los controles de los aeropuertos…[Ríe].
Javier ¿Cuándo te vino la santa inspiración de dedicarte a la ilustración?
Toda la vida he querido ser ilustrador. Como a los ocho años, cuando más o menos recuerdo parte de mi vida, pasamos un verano en Asturias, y por entonces llovía igual que ahora, y mi madre siempre estaba haciendo cosas para que no nos aburriésemos. Éramos seis hermanos, más primos y amigos y ella se inventó un concurso de dibujo, me acuerdo que no me interesó nada, hizo un garabato y me fui con mi primo a pescar a mar. Cuando volvíamos de pescar le pregunté si había pintado algo para el concurso y me dijo que era una tontería, pero curiosamente se curró un gran dibujo y ganó el mejor premio. Eso me pareció de muy mal amigo…[Ríe]…fue a partir del día siguiente cuando empecé a dibujar. Creo que fueron, y no sé por qué, dos ejércitos egipcios lo primero que pinté. Mi madre tras eso, me regaló unas ceras y desde entonces no he parado de dibujar.
¿Hasta en las clases?
Claro. Me acuerdo de un profesor que me dejaba dibujar en clases porque le dije que atendía el doble sí lo hacía…[Ríe]…¡Y es verdad¡ Me concentraba mejor. Si estoy en alguna conferencia o congreso y no puedo dibujar no presto atención a la conferencia. Es algo innato.
¿Y tus comienzos académicos?
Fueron curiosos, porque al querer hacer Bellas Artes, mis padres me mandaron al psicólogo, literal, no entendían que quisiese hacer esa carrera. Me gustaba Arquitectura como segunda opción pero en León estaba la carrera de Veterinaria…y la pequeña presión familiar y una profesora que me tenía loco me hicieron probar Veterinaria. La cosa no fue bien, y al año siguiente me metí en Derecho, allí hice dos años, no me preguntes cómo ni porqué. Luego hice la mili, donde dibujé muchísimo, no había nada que hacer, y tras volver de hacer el servicio militar me fui a Oviedo a la Escuela de Arte. Supongo que era la época, muy normal, por suerte o por desgracia.
Por suerte, para el arte, pudiste dedicarte a la ilustración. ¿Cómo estaba el país en ese momento?
A alguien se le ocurrió la brillante idea de que había que adecentar el país. Era horroroso como estaba España por entonces, ibas a Inglaterra o Francia por esa época y había empresas que se dedicaban a hacer logotipos, estudios profesionales que diseñaban todo tipo de espacios. Empezaron a entrar esas profesiones que apenas se conocían en el país…escenógrafos, diseñadores, dibujantes de cómics…y poco a poco fue cambiando la imagen artística de nuestras ciudades, negocios y demás. La situación era dura en España, dictadura, transición, incertidumbre, movimientos culturales que no terminaban de entenderse como la Movida madrileña…recuerdo que casi la mitad de mi clase falleció, por accidentes de tráfico, drogas…son cifras muy duras.
¿Y España ahora está bien?
En cierta medida, mucho mejor que esos años 80 que estoy hablando. Yo cuando empecé a ilustrar era como tirarse a la piscina y sin saber si esa piscina tenía agua. El panorama ha cambiado. En aquella época me ofrecí a una agencia de publicidad sin cobrar, sólo para aprender. El dueño dudó de mí, pensado que quería coger ideas para la competencia, ahora te contratan directamente sin darte la oportunidad de cobrar…[Ríe]
Creo que fueron, y no sé por qué, dos ejércitos egipcios lo primero que pinté. Mi madre tras eso, me regaló unas ceras y desde entonces no he parado de dibujar
¿Y la ilustración ha cambiado?
Al hacer quinto en la escuela, había que medio decidir entre ilustración y diseño gráfico, y me recomendaban que dejara la ilustración porque estaba desfasada. Quiero decir con esto que el hecho de vivir de la ilustración era el objetivo, e hice todo lo posible para conseguirlo. Da igual la evolución normal que tenga cada profesión, el compromiso y el sentido de este trabajo es el que no ha cambiado.
En ese sentido, ¿Se os reconoce vuestro trabajo a nivel nacional?
Creo que sí. Fuera se nos tiene por suerte, mucho aprecio. Y eso lo demuestra que durante la crisis no he padecido tanto ya que he trabajado mucho fuera. Hay una tendencia a pesar que la ilustración está como en auge, pero no creo que la cosa funcione bien la verdad. Las instituciones no ayudan como deberían.
Yo cuando empecé a ilustrar era como tirarse a la piscina y sin saber si esa piscina tenía agua
¿Cuál es tu rutina de trabajo?
Yo no tengo de eso. Estoy dibujando todo el día, no tengo disciplina de trabajo. Estoy continuamente trabajando sobre proyectos con los que estoy entre manos. Si no existe un trabajo previo de aquello que se supone que has cerrado, el resultado no es el mismo. Créeme, la creatividad sin trabajo no sirve para nada. Aquí tengo mi espacio de ensayos, si no caliento la mano todos los días el resultado no será el deseado. Siempre hay que defender tu trabajo, siempre. Seas quien seas, tengas el nivel que tengas, eso son de las cosas importantes a defender. Es decir, lo que salga al final está firmado por ti, y hay muchas cosa por medio que suceden que te apartan como autor y tú tienes que custodiar tu obra hasta el final.
Nos sentamos en su espacio vital, en el lado desde donde Zabala percibe todo. El sitio desde donde calienta la mano para dejar fluir su verborrea creativa. Desde allí, un trozo de papel crema espera a que termine de recrear sus facciones. El ilustrador nos habla de la labor que hay realizar en todo el proceso creativo y comercial, éste último muy importante, que desgasta, da de comer y cimienta su trabajo sin tocar un ápice su obra. Formato, derechos de autor, editoriales, aduanas que cruzar bajo su supervisión, la única manera de ser Javier Zabala, de mantener el sello Zabala sin chapuzas, en China, Estados o Unidos o España.
Sostiene una pinza y de fondo suena Hank Williams. Recorremos sus bocetos originales, sus trabajos de ensayo, su obra. Saca carpetones y cajas con maravillosas ilustraciones a las que quedarnos, una tras otra, con todo un imaginario creativo como suplemento nutritivo para el alma.
Suponemos que tienes tus autores preferidos, tus preferencias, no será lo mismo un trabajo de encargo sobre el texto de Rodari o Chejov que sobre otro autor…
…¡Claro! Rodari me encanta, encaja perfectamente en mi forma de ilustrar. Me gustan estos autores porque están muertos y no pueden dar la lata…[Ríe]…suena fuerte dicho así pero trabajas más a gusto cuando te mueves por la figura de cualquiera sin reinterpretaciones del propio autor.
Tu narrativa visual tiene una tendencia a ser dispersa…
…Muy disperso pero no en todos los aspectos. El proceso para crear es larguísimo, yo ya he hecho un 50% del trabajo antes, pero luego hay que coordinarlo, aunque sea muy disperso, pero aplicando la coherencia. Fíjate si seré disperso que cuando tenía veinte tantos años y trabajando para un grupo de diseñadores, entre ellos Arcadio Lobato o Emilio Urberuaga, al enseñarle unos 60 o 70 bocetos a los compañeros, recordemos que era un proceso de búsqueda, Arcadio me respondió que todos eran muy bonitos pero que había comenzado cinco carreras y que sólo tenía una vida.
Y ya dentro de tu única vida de ilustrador ¿Qué podemos encontrarnos en tus workshop, en tus talleres que realizas por medio mundo?
Tras un curso de cinco días de ocho horas diarias estás para que te tiren a la basura, pero son intensos y muy divertidos. Se hace de todo, técnicas, análisis de relación texto y dibujo…también depende mucho del grupo, del interés que tienen y de su habilidad o su nivel. Y depende de cada país, en Italia en Brescia por ejemplo, suelen repetir los alumnos y suelen ser todo chicas. Ahora hay muchas mujeres en la profesión, en Irán por ejemplo. Están saliendo grandes ilustradoras.
En este país te jubilas y no puedes seguir creando porque lo dice un señor. ¿Qué significa eso?
La ilustradora Elena Odriozola nos dijo en su momento, que ella no hace trabajos por encargos, es decir, que en el mismo momento que acepta la propuesta el trabajo forma parte de su creación…
Sin duda, que lo comparto. He escuchado esa definición de muchas maneras distintas. Y es cierto. Se trata de un discurso personal, es imprescindible, debes ser así desde que armas tu propio estudio.
¿Y las editoriales os dejan llegar tan lejos?
Eso depende de la capacidad de gestión. Hay contratos en los que puedes firmar hasta el precio final de la propia creación, es decir, aprobar el valor que crees que debe pagar el cliente. En China no saben editar, mejor dicho, están aprendiendo a editar ilustración con europeos y norteamericanos, y son cosas sutiles pero forman parte de tu obra, la luz, el ritmo y dinamismo de las páginas, el color…los diseñadores gráficos son capaces de repetir un sol o una luna a su antojo. Por suerte si tienes una editora potente que te respalde puedes defender tu proyecto siempre. Se trata de un trabajo que lleva mi firma.
¿Cuándo empiezas a tener ese cierto control sobre tu producto?
Quizá es algo que adquieres con la experiencia y el recorrido de tu trabajo. Te ganas por decirlo de alguna manera, un respeto en la profesión. Yo creo que es mejor tener libertad y cagarla a que la cague otro ajeno a tu trabajo. No tengo control absoluto de todo, hasta donde puedas llegar como creador, que ya es un logro.
¿Qué relación tienes con los diseñadores gráficos de las editoriales?
Son el mayor enemigo del ilustrador…[Ríe]…los hay muy buenos, grandes profesionales. A veces se convierte en un partido de tenis, tú le lanzas una idea y ellos te devuelven otra, aprendes mucho de ellos y hacen crecer las ideas. Un diseñador gráfico tiene que ser como un árbitro de fútbol, con un marco en un cuadro, tiene que estar potenciado lo que hay dentro, no tiene que notarse su presencia de manera abrupta. Pueden dejar su sello si quieren, me parece bien, pero sin tapar la obra de otro.
Haces tiempo que ya no creas para los más pequeños de la casa…
…sabes que pasa ahora, los álbumes ilustrados ya no se hacen para los niños sólo, se hacen para gente de 0 a 100 años. Ha sucedido de una manera natural, y no porque nosotros lo hayamos decidido, ni tan siquiera el editor, lo ha decidido el lector. Hay lectores adultos sin niños que compran estos libros. La calidad de estas ilustraciones es tan potente que no necesitan edad para demostrar rango de edades. Desde hace unos diez años que los libros ilustrados para adultos han llegado a las casas de los ciudadanos rompiendo tabúes, en ese sentido, este país está en la vanguardia. Yo tengo un editor inglés amigo mío, que sólo lo veo en la Feria de Bolonia, que dice que no me publica nada porque no se atreve.
Javier ¿Cómo está la salud de la Cultura en España?
En este país te jubilas y no puedes seguir creando porque lo dice un señor. ¿Qué significa eso? Porque tenemos que prescindir de un valor cultural de alguien de 70 años que está en lo mejor de su edad creativa. Cuanto más viejo, más profundo, más recorrido, mayor calidad. Hay que ser muy torpe para no entenderlo.
Hablas de gente con recorrido, gente con edad y su labor pero es curioso que este país cada vez hay más premios a los jóvenes, que en parte está muy bien, pero por otra no se consolida al valor que ya han demostrado muchos autores con su valía profesional.
Yo no he recibido ningún premio de joven, el Premio Nacional de Ilustración lo conseguí ya mayorcito. A mí me gustan los premios, como a todo el mundo creo, pero estoy convencido que si buscas ganar alguno, jamás lo conseguirás. Al final siempre estás atento a lo que hacen los demás para buscar también una distinción. Un error. Está muy bien conocer el trabajo de los demás pero no buscar ansioso el éxito de los demás.
La casa oblicua sólo tiene un ángulo recto y una docena de libros que tiene que parir. Los ilustradores funcionan con el lado derecho del cerebro, con la cabeza en las nubes y los pies en la tierra. La intuición forma parte de las paredes mentales de Zabala y seguimos impactados por su arte, el arte como una actitud, como una cuestión de actitud.
Entrevista. Willy López | Fotografía. Félix Méndez