Written by: Cara a Cara

Luis Landero «Es un gusto escribir. Uno se siente como niño con cuaderno nuevo. Un gusto y un vértigo»

Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida, lo decía Adolfo Bioy Casares, me lo recordaba Luis Landero durante nuestra charla. Y es que escuchar a Landero es sentir el eco de sus personajes, las pausas de nuestra conversación, el interludio de los capítulos de sus novelas, el ritmo oscilante de sus entonaciones, la sensación de habitar por un rato en ese cuarto destinado única y exclusivamente a la escritura.

Al escritor extremeño le han hecho entrevistas en infinidad de espacios, en el Hotel Wellington, en el Café Comercial, en el Bar Maracaná o en la magnífica biblioteca del Casino de Madrid, pero en esta ocasión toca tener una cita desde el terruño, desde este maravilloso fango del oeste ibérico. Como dos novios en una cabina telefónica, a la espera de la hora acordada, con un único y amoroso tema a abordar, el huerto de Emerson, un tema que será del que menos se hable.

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Al huerto de Emerson ya le llegan sus terceras recolectas, tres ediciones en menos de dos meses. Una vendimia en plena pandemia donde Landero lo tiene todo escrito, por tanto dicho. No puedo contarte nada que no sepas, en estos tiempos todos sabemos lo que ocurre al instante. Estoy contento con el libro, pero para mí ya es un libro que se acabó, y entonces a mí ya deja de interesarme, una vez que lo publico, y como a todos los actores, me gusta salir al escenario a recibir unos aplausos, muy humano por otra parte. Y una vez que se reciben los aplausos pues se baja el telón y uno vuelve entre bambalinas para escribir su próximo libro.

A todos nos ha tocado un terrenito en que labrar… escribía Ralph Waldo Emerson en su obra Ensayos escogidos, de la que toma el título. En ese terreno que cultivar letras, nacen las historias de Landero: recuerdos y tiempo de vendimia, así arranca el Huerto de Emerson: Tengo un cuaderno nuevo y no sé en qué gastarlo.

Es invierno, ya ha oscurecido, hace mucho frío y afuera resuena el temporal. Yo me he arrimado a este cuaderno como el mendigo al calorcillo de la lumbre. Por el momento no sé qué escribir, es cierto, pero eso importa poco. Cuando uno no sabe qué escribir, cuando la imaginación flaquea, cuando el alma se apaga y se embrutecen los sentidos, y cuando aun así uno siente la necesidad de escribir, siempre queda la posibilidad de abandonarse a los recuerdos…

Tenemos la necesidad de preguntar por lo que siempre preguntamos a los escritores, vivencias, folio en blanco, rutina de trabajo, influencias, escribir en pijama o con traje de domingo, ese momento al que uno llega al oficio por casualidad o tozudez,  pero el escritor de Juegos de la edad tardía nos despoja de ese compromiso y nos deja en ese limbo tan inquietante, hasta la próxima novela, que no es otro que como en su día dijera Raymond Carver, pasar a otra cosa, a  la vida; Si somos lectores o escritores afortunados, terminamos la última frase de un cuento y nos quedamos sentados tranquilamente. Pensamos en lo que hemos escrito o leído y puede que nuestros corazones o nuestras mentes hayan dado un paso hacia delante. Puede que nuestra temperatura corporal haya subido o bajado un grado. Entonces, respirando hondamente, nos reponemos y nos levantamos, “criaturas de sangre caliente y nervios”, que dice un personaje de Chejov. Y pasamos a otra cosa. A la vida. Siempre a la vida.

Es una suerte de impotencia, contesta Landero, no puedo explicar más de lo que dice el libro, no lo puedo explicar mejor de lo que está escrito en el libro y lo que no puedo hacer es traducir en conceptos abstractos e intelectuales lo que yo cuento ahí de un modo literario. Además lo falseo, la ficción de sacar mi propia percepción de la realidad. Cualquier lector que haya leído mi libro con atención sabe más o menos del libro que yo. Esencialmente no creo que tenga que añadir nada a lo que he escrito. Abandonamos el huerto de Emerson para dejar a los lectores su inmersión en el universo Landero y le preguntamos por algo que le preocupa bastante, la sobredosis de la información, el exceso de todo y nada,  ese cúmulo de experiencias calcadas o faltas de vida…hablamos de la originalidad, de renovar la mirada, de pensar más, del mundo creado en torno a las nuevas redes de internet…Esto ha venido hace poco, vivimos en el año 20 después de internet. Desde ahí hay que empezar a contar, de la edad contemporánea desde 1789 con la revolución francesa hasta la caída del muro de Berlín en 1989 se pensaba que ahí estaba el corte, estábamos equivocados. El corte ha venido con internet, es ahí donde empieza la edad post contemporánea.

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Cuando leemos las obras de Luis Landero tenemos la sensación de escuchar, más que de unir las palabras para leer, resulta raro pero son meras sensaciones…en el La vida innegociable, en Lluvia Fina, en el Huerto de Emerson, sucede…aparecen muchos personajes en sus libros que no cesan en su verborrea, pero otros muchos escuchan…se trata de una cuestión de educación, cuando tú estabas con tus mayores en el campo, en el pueblo, y comenzabas a hablar te decían, tú cállate que eres muy nuevo. Uno aprendió a escuchar con educación, con respeto, pero ahora uno puede ver en televisión, en las tertulias, que se quitan la palabra, se gritan unos a otros, no sé si eso forma parte del circo mediático pero es la imagen que se proyecta actualmente. Los diálogos de Platón, en el viejo coloquio, que es tan instructivo y tantos beneficios han traído a la humanidad, el dialogar, el escuchar, y es que saber escuchar es una virtud muy rara en estos días, ahora toda la gente habla porque todos opinan y pocos piensan. Hay demasiado ruido verbal, en la calle, hablamos a gritos, por tanto debemos aprender a escuchar y a hablar más bajo.

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Suponemos que existe presión a la hora de lanzar, publicar una novedad. Ser una de las  mejores novelas del  año, con Lluvia fina  en las espaldas, o con Premios Nacionales, o simplemente por el peso editorial o la presión personal…pero Landero lo deja claro, no tengo esa sensación, desde mi primera novela, existen en la vida otras cosas que ejercen más presión sobre mí. Nos recordaba Landero, el sobre el ejercicio de la escritura, sobre la presión en la profesión que, y como decía Umbral, qué bien se escribe cuando no se quiere escribir bien. Es como salir a pasear por el barrio sin rumbo.

Echamos de menos a los Bartleby de Melville, como ese libro de Enrique Vila-Matas donde se habla del mal endémico de las letras contemporáneas, de la pulsión negativa o atracción por la nada…ese Pedro Paramo de Rulfo al que le preguntaban, Señor Rulfo, ¿por qué lleva tantos años sin escribir nada? Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias. Landero no nos habla de esa sensación, la de no tener que contar nada, de tener que vivir más experiencias para llevarlas a un papel, nos habla de la necesidad de contar nuestros recuerdos, de los vividos por cada uno, la de nuestra inventiva, la de nuestra propia realidad, una de las cosas extraordinarias es que nos pasan más cosas de las que creemos, matiza, ahí está la belleza de las cosas, en detenerse y ver lo que realmente sucede alrededor, no lo que le está pasando a otras personas en una red social o en la televisión. Cuando doy algunas charlas en institutos o cuando daba clases, siempre les recordaba lo mismo, no hay nada peor en la vida que se te quede seco el corazón, perder la capacidad de emocionarte por las cosas. Si no te emocionas con tus pequeñas cosas… ¿Cómo pretendes escribir algo?

En el día a día, en las noticias están las historias, la mentira, la ficción forma parte del interior del escritor, el que le dará forma a la novela, todas parte de algo que ha sucedido.

La charla fluye tranquila, con los problemas de una vida analógica y digital, un teléfono que suena a robot y uno de los mejores escritores nacionales de estos últimos treinta años intentando reactivar la conversación como si de una prueba de un concierto de verbena se tratase. Las risas calman los fallos digitales y las ganas de seguir hablando de todo y nada colman la vendimia de su nuevo libro que como su propia prosa reza…

Casi toda mi vida está ya vendimiada. Vendimié mi infancia y mi adolescencia, fui enamorado y guitarrista, y esos años también los vendimié, vendimié mi estancia en París, a mi padre lo he vendimiado qué sé yo la de veces, y a las bellas muchachas de mi pueblo y de mi barrio, y mi vida de profesor y de escritor y de lector, y muchas cosas más, porque a veces da la sensación de que la vida es breve, sí, pero en cambio la memoria de lo vivido no se acaba nunca.

En época de pandemia, más libros, más lectores, nos remarca Landero, ante la pregunta sobre la supervivencia de la cultura en estado de alarma. Los resultados son buenos, al menos los lectores han tomado tiempo para leer, una acción casi imposible de realizar tranquilo en estos tiempos. Solo hay una cosa que cambiar, comprar los libros en librerías, en la de nuestros barrios, y mandar muy lejos las ventas a través de Amazon. Ríe Luis.

Toca leer El Quijote, en muchos colegios, con una versión infantil o juvenil, que más se parece a un comentario de cualquier red social que al hidalgo caballero…¡Muera don Quijote! Gritaba Huguito Bayo al destrozar la peluquería…un legado que debe pervivir para sembrar la literatura, para Luis la literatura vive un buen momento ahora, y además de los educadores, matiza,  los padres y las madres deben formar parte de esa educación, es todo un equipo. El Quijote ya no es el que escribió Cervantes, es algo más, detrás hay muchas capas, muchas generaciones, millones de lectores. Es ya un libro muy manoseado, con muchas experiencias vitales añadidas a sus capítulos. Los clásicos tienen ese sello que deja el lector sobre sus páginas.

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Nos lo imaginamos sentado en su mesa, en ese lugar donde aún escribe a mano, a cinco tintas para que se vean perfectamente las correcciones, nos imaginamos, al otro lado del teléfono, a un escritor cansado de tanta entrevista pero contento de tantas respuestas, diferentes voces, medios de comunicación, radios, revistas, televisión…y el sonido, como otra voz del pasado, de una máquina de coser como ganapán familiar. Antes campos duros y arados yermos, ahora novelas y como escribe Elvire Gómez-Vidal, con una escritura que se asemeja a la de Flaubert, por la exigencia de perfección y de exactitud: una buena oración en prosa ha de ser como un verso, inmutable, igual de cadenciosa, de sonora. Como el ruido de esa vieja máquina, o el ruido del riachuelo del campo donde habitó de pequeño, la mejor época de mi vida, con la mejor edad de mi vida, todo un campo de imaginación para un chico de mi edad. Añora Landero ese Alburquerque que le vio nacer, esa Extremadura castigada. Una nostalgia compartida y refrescada por las excitación de su Madrid, el nuevo mapamundi que le daría taller mecánico, ultramarinos, guitarra flamenca, familia, filigranas escritas en novelas, ruido, cariño y quién sabe…una serie en Netflix para ver si es posible en televisión, que llueva finamente. Toda una ilusión, algo emocionante, ver una novela mía adaptada a la pantalla me resulta agradable, el productor y guionista Aitor Gabilondo, que adaptó Patria de Aramburu, compró los derechos del libro para llevar a cabo la adaptación audiovisual, termina Luis Landero para finalizar la conversación,  a muchos kilómetros de distancia, a muy pocos pasos de su literatura, a un vistazo de su huerto. Sí, es un gusto escribir. Uno se siente como niño con cuaderno nuevo. Un gusto y un vértigo

Entrevista. Willy López | Fotografía. Iván Giménez  Foto escolar y familia de  Luis Landero 

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