Un poeta con nombre de detective busca pistas entre sus poemas. Ben Clark y aplausos en su declamación, Ben Clark y oyentes a la espera de un armisticio, Ben Clark y su amigo Erik, el otro britishibicenco, que se compró un libro gordo de nudos marineros y se ahorcó en la escalera. Ahora toca silencio, para rastrear al más puro estilo Sherlock Holmes, el próximo poema que borre las lágrimas del público.
En otro rincón de la Feria, el libro espera ansioso a ser firmado, bien aprisionado entre los dedos sudorosos, ninguna palabra se escapa, queda menos, cincuenta lectoras delante, queda poco. Martina D´Antiochia o Mercedes Ron reciben abrazos ficticios, besos ficticios y palabras de elogios filtradas por la censura vital de la mascarilla. Ficción de youtubers, wattpaderias y trilogías de amor en tiempos de virus. Hay chicos y chicas que leen, algo queda.
Julián Quintanilla a lo suyo. Atiende amablemente a su ejército de seguidores sentado en la zona de firmas. Dos sillones blancos y un cristal templado separan al lector y escritor. Una firma, un gracias, un te quiero y una hipoteca aceptada. Legajos de la pandemia y una vida entera en treinta minutos de rodaje.
Fernando Ortiz, José Manuel Vivas, Luis Aleixandre, Carmen Castillo, Antonio Rivero, Justo Vila, Ana Bermejo y Juan Ramón Santos. Menacho, lunas congeladas, pocas flores, magia literaria, trasposiciones, la calle del medio, 112 formas de protegerse de la lluvia, cuatro emes y la calle del medio. Autores y autoras componiendo el puzle de un sábado de feria.
Carlos del Amor toca de nuevo suelo extremeño. Tres años después, treinta y seis visitas al Prado, veintidós al Thyssen y dieciocho al Reina Sofía, una liga del Barça, del Real y del Atlético Madrid y un viernes negro periodístico por medio, deja la ficción por pellizcos de su día a día, y como él nos comenta, antes periodista que escritor, Emocionarte, un libro que permanece en ese limbo laboral.
Mientras que Carlos habla del perro de Goya, un abuelo acompaña en el silencio de un banco a su nieto, un chico que pasa hojas ajeno a la mirada de ese animal asustado que como relata el periodista murciano, es un reflejo de nosotros, todos somos ese perro buscando aire, levantando el cuello, mirando con ojos como platos en un paisaje indefinido que puede ser cualquier lugar.
Mientras que del Amor remarca que hemos aprendido a vernos únicamente los ojos, a identificar las miradas, obviando las bocas, la Reina de Corazones trabaja duro para captar la atención de esos ojos infantiles que pululan por el parque ajeno al cuadro de Edward Hopper que inspiraría la casa de Norman Bates.
Mientras que Carlos del Amor recuerda las luces apagadas, el silencio de los museos en tiempo de confinamiento, la traductora de lenguaje de signos pasa un dedo desde el lagrimal del ojo hasta la comisura de la boca. Ella entiende mejor que nadie esa falta de ruido, el autor pone música al abrazo de Juan Genovés, la traductora toca la guitarra de María Blanchard.
Mientras que Carlos habla del pasaporte de los cuadros, las traseras de los cuadros, sus etiquetas, sus censuras, sus dueños por un tiempo, las manos por las que han pasado, los altillos donde han dormido años y años, alguien descubre que el Caravaggio de su casa no vale un duro, que todo es cuestión de emociones, de momentos, de la capacidad que tenga cada uno de soportar las perrerías de la vida, de evadirnos con un libro, de escaparnos del lienzo de Van Gogh aprovechado una ronda de presos, de brindar con absenta de frente a un cuadro de Degas, de celebrar que estamos vivos, que sin emoción, sin arte, sin cultura es muy difícil vivir. Casi imposible.
Willy López | Fotografía. Félix Méndez