Era inevitable, tenían que decirlo, estaba en las ruinas mentales de su protocolo como abanderados de unas de las bandas de rock más elegantes de estas de últimas décadas. Y es que un concierto desde el Teatro Romano de Mérida estaba destinado a hacer temblar a la Xirgu de su marmoleo pedestal. Un lugar increíble, un sitio mágico para el tour de los felices bastardos.
El Stone Music Festival tiene esta grandeza, capaces de hacer tocar el Extremadura, a los Black Crowes en su último concierto de la gira europea y en la única fecha en España. Capaces de meter en un mismo ciclo a la Pantoja y a Tom Jones, desplomar a la diosa Ceres con Vetusta Morla o rozar himnos en noches de verano con Raphael y Deep Purple al grito de Alea jacta est.
A los hermanos Robinson nadie les dijo nada, pero parecían imbuidos por la propia inercia del enclave, y desconocían que venían a un lugar donde hace casi 500 años, el extremeño Hernando de Soto les hizo una visita de cortesía en su Georgia natal. El estado estadounidense primigenio de The Black Crowes, donde los indios creek y cheroqui ya hacían de las suyas con otros instrumentos. De la caza al rock and roll en medio siglo y la interconexión a modo de grito gutural, de las entrañas, con flechas de indios y vaqueros embadurnados de plumas rockeras y espuelas para tocar guitarras. A nadie se le olvidará la portada del Amorica, y en esta ocasión, nadie nos dijo nada a nosotros.
Público entregado, himnos tocados, disco nuevo interpretado y miles de aplausos. Nadie paró, todos los adeptos de pie, y al sentir el acorde de Jealous again, twice as hard o Hard to handle, explosión de rock por todas las caveas. Noche con el pulgar hacía arriba. Teatro para gladiadores del rock y como reza su canción ellos seguirán hablando con los ángeles.
