¿Qué hace un inglés con pinta de vikingo, con un lastimoso acento, a pesar de los muchos años viviendo en España promoviendo la figura de Arturo Barea?
Así suele empezar su discurso William Chislett, la persona que más sabe de la vida de Arturo Barea. Un periodista inglés, que por casualidades de la vida, se dio de bruces en su condado de origen con la lápida del escritor nacido en Badajoz.
El Premio Arturo Barea de investigación cultural de la Diputación de Badajoz, nos trae al lugar de origen del autor de La forja de un rebelde, al investigador y ensayista inglés. Con un acento deplorable, como el propio reconoce pero con una semántica académica y una cabeza repleta de datos y curiosidades de Barea, viajamos en la historia, al ostracismo de la intelectualidad española, olvidada por el conflicto y abandonada por la dictadura. Un recuerdo, en forma de “ventana inglesa”, de sus años de forja literaria y exilio de resignación.
Arturo Barea nunca regresó a España, pero la memoria de su obra, y de la meticulosa e ingente labor de su mujer Ilsa, nos dejó un legado digno de recordar. William Chislett se encarga de ello.
«Desposeído de todo, con la vida truncada y sin una perspectiva futura, ni de patria, ni de hogar, ni de trabajo […] rendido de cuerpo y de espíritu»
¿Quién es William Chislett?
Yo soy un inglés que lleva más de treinta años en España. Fui corresponsal del Times en los años 70 y me queda enganchado con este país nada más llegar. Después estuve un tiempo, del 78 al 84, en México para el Financial Times. Trabajé en Centroamérica y Cuba.
¿Una época, en los años 70 y 80, bastante dura en España y Centroamérica?
Muy dura. Convulsa con la transición en España y bastantes conflictos en América Latina. Me afinqué en un pueblito de Cuenca como campo base para trabajar en el país.
¿Vuelves a tu país después de México?
Después de mi recorrido por México vuelvo a la casa matriz del The Financial Times en Londres. Es allí donde decido volver a Madrid en vez de quedarme le resto de mi vida en Inglaterra. Ya con dos niños y dejando de lado el periodismo desde 1986, colaboro con varios medios internacionales y me dedico a la investigación en el Real Instituto Elcano del Royal Institute. Mis dos vidas bien diferenciadas.
¿Por qué la figura de Arturo Barea aparece con tanta fuerza en su vida?
Por casualidad. Un día viendo en televisión la excelente serie La forja de un rebelde me quedé sorprendido y me pregunté ¿Pero quién es este tipo? Inmediatamente comencé a leer su obra y me fascinó su vida. Con el tiempo me enteré que Arturo Barea pasó sus diez últimos años de vida en un pueblo en condado de Oxford, en Faringdon, de donde soy. Es curioso, pero vivimos seis años, los primeros de mi vida y sus últimos seis, viviendo a escasos veinte kilómetros uno del otro.
Encontrar su lápida conmemorativa se convirtió en mi obsesión cuando fui a visitar mi madre en Oxford. En 2010, finalmente encontré la lápida muy deteriorada, levantada en el anexo del cementerio de la Iglesia de Todos los Santos en Faringdon por una íntima amiga en los años 70, después de la muerte de Ilsa, la mujer de Barea. Las cenizas de Barea fueron esparcidas allí.
¿Cómo llevas a cabo ese especial homenaje?
Decidí restaurar la lápida en el año 2010, como un gesto cívico para honrar su memoria. Pedí presupuesto y consulté a varios amigos escritores y admiradores incluyendo Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo y Javier Marías: pusimos uno 20 euros por persona.
He visto que en esa lápida hay un enorme error, aunque Arturo Barea sólo pasó sus primeros días de vida en Badajoz, nación en la ciudad extremeña y no en Madrid como reza la lápida…
Es cierto, que contiene ese error. Como usted sabe nació en Badajoz. Se fue a Madrid con su madre y tres hermanos cuando su padre murió poco después de su nacimiento. Deberíamos solucionarlo.
¿Cómo era la casa de Arturo en Inglaterra donde desarrolla el gran grueso de su obra?
Estaba un poco retirada, en el quinto pino, como decís en España. No tenía mucho sentido poner una placa allí, pero si la pusimos sobre su pub favorito, The Volenteer. Barea e Ilsa se sentaban a trabajar juntos en una mesa grande de roble con lámparas de aceite colgadas del techo, Barea escribiendo en español, Ilsa traduciéndolo al inglés. Barea usaba una Underwood, una voluminosa máquina de escribir con teclado inglés, y tenía que marcar a mano todos los acentos. Arturo e Ilsa fumaban tanto que las paredes de la habitación estaban ennegrecidas por el humo. Barea vivió los últimos diez años de su vida en las afueras de Faringdon en una casa situada en la finca de lord Faringdon, quien se la alquiló sin electricidad, se iluminaba con lámparas de aceite, en unas condiciones muy favorables. Este excéntrico aristócrata, miembro del Partido Laborista y partidario de la República, había convertido su Rolls-Royce en una ambulancia que, en 1937, condujo hasta el frente de Aragón para usarlo como hospital de campaña. De regreso, y en mayo de ese año, dio cobijo a un pequeño grupo de los casi 4.000 niños vascos evacuados en el barco Habana a Inglaterra, después del bombardeo de Guernica. Es el grupo más grande de refugiados que se haya acogido nunca de una sola vez en Inglaterra.
En Badajoz hay una calle, en Mérida una travesía y muchas placas en la campiña inglesa y en Madrid habéis conseguido ponerle una plaza…
…Me parecía absurdo que Barea fuera mejor recordado en su país de exilio que en su país de origen. Así que junto con dos amigas, en diciembre de 2015, pedimos al Ayuntamiento de Madrid un reconocimiento de Barea, y en marzo de este año Manuela Carmena, la Alcaldesa, inauguró La Plaza Arturo Barea en Lavapiés, el barrio donde se creció y se forjó como un gran escritor. Los tres pusimos como condiciones para la Plaza, que se han cumplido, tener el apoyo de los cuatro partidos, porque consideramos que Barea es de todos y no de algunos, y que no se quitara un nombre para poner otro.
Que esta Plaza lleve el nombre de Barea, me parece algo increíble porque no tenía una denominación previa registrada en los archivos municipales, y es como si la plaza estuviera esperando para llevar su nombre algún día. Encima, a pocos metros de esta plaza están las Escuelas Pías, el colegio al que asistió Barea hasta los 13 años, y que vio como ardía en 1936.
Explicas en algún artículo que incluso se intentó olvidar la memoria de Barea, denigrarle por parte del gobierno fascista.
Efectivamente. Se llegó a decir que no era español. Incluso cuando Barea estuvo de gira en Sudamérica los partidarios de Franco sacaron panfletos en Montevideo que lo llamaban Arturo “Beria”, un juego de palabras para referirse a Lavrenti Beria, el jefe de la policía y el servicio secreto de Stalin.
Un artículo del periodista británico George Pendle en 1952 sobre la literatura española provocó una queja de «las autoridades culturales de Madrid» por haber dicho que Barea era un escritor español: «Esa gente me informa de que usted ya no es un escritor español, del mismo modo que Conrad no es un escritor polaco», escribió Pendle a Barea, «me dicen que usted dicta a su esposa (en una lengua que evitan precisar) y que, a continuación, ella traduce sus pensamientos al inglés. Con su permiso, me gustaría refutar esa declaración oficial».
A pesar del clima en Inglaterra, Barea disfruta de su estancia en el país ¿Por qué se sintió tan cómodo?
Por la tranquilidad que le proporcionaba todo. No olvides que venía de escuchar bombas continuamente y de vivir de manera mísera. Arturo no publicó nada hasta que tuvo cuarenta años. Aunque escribió algo en la Escuelas Pías de pequeño, profesionalmente no sacó nada hasta más tarde.
La figura de Ilsa, su segunda mujer, es importantísima, sin ella parece que la obra de Barea cobra una fragilidad editorial enorme. William ¿Cuándo la conoce y cómo?
La conoce trabajando en la oficina de censura de la prensa de la República. Estaba en el Edificio Telefónica de la Gran Vía en Madrid y tras divorciarse de su primera mujer con la que tuvo cuatro hijos, se casa con la austriaca. La censura por entonces no funcionaba muy bien…[Ríe]…e Ilsa dominaba los idiomas, hablaba hasta cinco. Estamos hablando del año 1937. Ilsa también estaba casada con un agente del Komintern, y pasan por Barcelona para divorciarse. Es curioso porque ambos, Barea e Ilsa no eran comunistas. El ex esposo ayudó a los dos a salir de España. Sin Ilsa no hubiese salido su obra. Todo se publicó antes en inglés y luego todo traducido al español.
Existen 13 cajas de Arturo Barea con todo el material del escritor que has podido ver…
…Eran 13 cajas cuando yo las vi. Uly, la sobrina de ilsa, vivió los dos últimos años con Barea y tras la muerte de su tía en Viena en el 1973 heredó el archivo del autor. Vive en Londres y ella tiene el legado del extremeño. Acaba de ser donada a la Biblioteca Bodleian de Oxford, una de las más grandes del mundo. Digo que eran 13 cajas porque ahora la biblioteca las ha ordenado de otra manera. En esas cajas hay cartas, fotos, manuscritos…
…¿y el original de La Forja de un rebelde?
No, el manuscrito de La forja de un rebelde se perdió. Supuestamente la familia de Ilsa en Viena pudo haber tirado el manuscrito sin saber que era el original.
¿Arturo Barea ya en Inglaterra ganó dinero con sus obras?
No, él se mantuvo con sus charlas semanales en la BBC. Barea alcanzó la fama por las 856 charlas semanales de 15 minutos que dio para la sección de América Latina del Servicio Mundial de la BBC, que se emitieron desde 1940 hasta un día antes de su muerte en 1957, bajo el seudónimo de Juan de Castilla, con el que quiso proteger a su familia en España. La BBC no conserva ninguna de estas grabaciones: se supone que fueron destruidas por razones de espacio.
Barea e Ilsa se sentaban a trabajar juntos en una mesa grande de roble con lámparas de aceite colgadas del techo, Barea escribiendo en español, Ilsa traduciéndolo al inglés
¿Cómo asimiló ese cambio entre la España en estado latente de conflicto civil y la relajación de la campiña inglesa?
Es curioso, Barea llegó a trabajar de payaso en las fiestas populares de la zona donde vivía en Inglaterra, un hombre tan intelectual buscándose la vida de clown. Creo que era una manera también de desconectar de sus ataques de miedo. En Madrid llegaba a trabajar 15 y 16 horas al día y tenía los nervios tan destrozados que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial en septiembre de ese mismo año, vomitaba cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas, al recordarle los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil.
Entrevista. Willy López | Fotografía. Félix Méndez