Del bar sale el borracho haciendo esgrima, pintón y sin florete, con la lengua en cabestrillo, importunando con guturales bramidos al único que puede prestarle atención, un crío de dos años al que el disco de Leño, que preside el bar le mantiene embobado. El otro cartel, el del Festival de Teatro se mantiene bien sujeto por cuatro trozos de adhesivo milimétricamente cortados en las esquinas. Vigila al niño y da sombra al histriónico protagonista del entremés alcoholizado.
De la cantera salen ripios de Valle-Inclán, versos anegados por la fiebre del agua y listos para ser enganchados por un anzuelo con heroína por cebo. La presa retiene el agua suficiente para no mojar a los lisboetas y luce chulesca, hormigón alicatado frente al elegante y vetusto puente romano.
Del conventual sale Pedro, y entramos nosotros, el santo sale a fundar monasterios para monjes torrebrunos y nosotros recibimos las llaves para conversar en el crucero de la Iglesia. Olga Estecha, la directora artística del Festival, llena de feligreses emocionados el vacío de mi grabadora. Del eco de su boca salen menciones para todas las compañías extremeñas que luchan cada día por seguir vivas, palabras de agradecimiento por el anterior director, por su equipo de trabajo. De su nostalgia por subir a los escenarios se emociona. Papeles de abuela y una programación bien trabajada; Jarifas, Mayorgas, Ron Lalá, Brujos y mucha Morboria.
Una señora entrada en años, saca pecho con su diarreico manejo del verbo, entrada en años esgrime críticas teatrales como profesión, enlacada por Nelly y marinada por Nivea pasea su parecer grecolatino con dogmático farfullar y entrada en años. No merece la pena ver a un señor de pelo cano, con dolencias catamaránicas , con chaqueta de smoking y pantalones del Teherán, hablando solo. Solo durante dos horas en medio de un escenario sin decorar, solo y hablando de una santa. La señora, entrada en años y saliente de guardia del cementerio sucumbe enmudecida por los gritos de los estorninos.
Un monje hindú batalla con hojas de lechuga y un aguacate. Viene en BlaBlaCar desde el sur de la India. Su móvil del Punjab recita canciones del maestro, más de cinco mil que emanan versos como guías telefónicas. Nos ofrece dátiles y un chacra sin intereses, canjeable por rato místico con otro maestro. El investigador no oficial del centenario, el recidivante de las carmelitas, el único capaz de hilvanar la risa con la tragedia de la palabra, el autor, escritor, el Búfalo que ahora limpia los oídos del público con abrillantador de sueños teatrales, el avaro y evangelista de Conchita Montes, la beata, el Odiseo y el paparazzi de Shakespeare.
Rafael Álvarez “El Brujo” se permite el lujo de untarnos con versos, de amasar nuestras risas, de mordernos los labios con sus cambios de registros, de flirtear con sus poses de Marcel Carné, de caer rendido ante el placer místico de su obra.
El teatro en estado puro. El emBrujo escénico de Alcántara
Texto. Willy López / Foto. Félix Méndez