En sus butacas, en sus escenarios, las obras cobran vida, la música recorren el alma del público y los más pequeños comienzan a saborear el enganche que puede acarrear la Cultura. La Cultura, nos libera, nos desconecta, nos enriquece, nos dopa de conocimiento, nos llena la cabeza de arte y nos abre el alma a eso que llama síndrome de Stendhal…
…algo como aumentar el ritmo cardíaco, sufrir vértigos, confusión, temblores, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar. En estos espacios, en los teatros, palacios, museos y bibliotecas, la gestación del arte, de la creación, del imaginario cultural deben sufrir estos ataques.
Estamos en cuarentena cultural, y a pesar de poder contar con infinidad de plataformas de acceso a la Cultura, echamos de menos tocar los espacios culturales que tantos momentos apasionantes nos han dado.
El proyector de cine ya no gira, recuerda tiempos de óxido y censura y sólo tiene ganas de iluminar las caras de los espectadores. Una película en pantalla grande, sin mensajes que nos molesten, sin ininterrupciones, sin problemas de conexión, cine rodado para ser contemplado en las salas de cine. Queda menos para se vuelvan a vender palomitas.
Los teatros se improvisan en casa, los actores rememoran obras extintas en el imaginario del público, los dramaturgos escriben sobre tragedias griegas del siglo XXI y los promotores lloran al ver las taquillas cerradas un día y otro. El camerino sigue mortecino, recuerda entre sus paredes los textos de los clásicos, los sonidos estridentes de una trompeta, el maquillaje de los murgueros en Carnaval. Pronto se alzará el telón.
El museo juega a ser un museo durante la larga parada. Naranjo sigue pintando desnudo, Timoteo ha vuelto a recopilar el arte que permanece en silencio, el toro de Barjola sigue corneando a todo el que salta al ruedo, siguen sonando las diabluras de Vostell en Malpartida, el paisaje de Ortega Muñoz cobra vida, se riegan los viñedos y se varean las aceitunas al óleo. En breve todos esos cuadros volverán a lucir indemnes.
Los locales de música volverán a sonar, la cuarentena de estos espacios ya viene de largo, y en breve se conectarán cables, luces y sonido.
La orquesta toca en silencio, cada uno en su casa, a la espera de hacer estruendo todos juntos, el director mientras, afila la batuta. Los músicos de las bandas municipales tienen el traje y los instrumentos listos para la urgencia, llamada de auxilio y raudos para apagar la melancolía como los bomberos, canciones para calmar el fuego del miedo.
Los libros de las bibliotecas cogen polvo, miran de reojo, hace tiempo que nadie les coge en préstamo, se preguntan por los compañeros de estanterías que tardan en volver, de momento las historias, poesías y cuentos aguardan impacientes a nuevos lectores.
Los espacios de arte, las salas de exposiciones, librerías, los rincones de quedadas poéticas, los grafitis, los carteles de contrabando que decoran las hornacinas, los músicos callejeros, los clown y funambulistas tienen sus sitios intactos, reservados para volver a darnos esa dosis de cultura que ya empieza a faltar.
Esos espacios culturales toman aire en este instante vital, recordando que pronto, el eco que hacen dos manos a juntarse con vehemencia llegará a sus butacas.
Willy López / Félix Méndez