Ven a hacer unas fotos del tejado de mi casa. Necesito que lo arreglen.
Desde ese justo momento, Letizia Battaglia dejó de ser una mujer con una Pentax K1000 que fotografiaba cadáveres, para ser una fotoperiodista que fotografiaba cadáveres. Su archivo de sangre tenía un objetivo: documentar lo que estaba detrás esas fotos agujeradas por la Lupara Bianca.
Pasó un tiempo, varios años, antes de que empezaran a verme como algo distinto a un policía con una cámara. Se dieron cuenta de que no hacía sólo fotos de los muertos, de que regresaba para retratar a los vivos y las condiciones de pobreza en las que vivían los habitantes de Palermo.
Plata o Plomo ha pasado en un tiempo, un año, y ha pasado de ser una huella documental a un trabajo introspectivo donde las fotos de los muertos han resucitado y las fotos de los vivos han colapsado el imaginario de fotoperiodístico. Nada de reporteros de provincias, todos nacemos en el barracón de un pueblo, aunque sea en una puñetera esquina de un barrio de Nueva York, en el abrevadero más seco de Mali, o en la cantiña más lúgubre del Alentejo. El fotero caza, parpadea con diafragma y captura su presa con el alma. Eso no se aprende en las capitales, sale de lo más hondo de las entrañas y del barro de las calles. Plata o Plomo no acaba aquí. La función acaba de empezar. A nosotros también nos piden que Oto y Pakopí hagan fotos de los tejados de las casas para que se las arreglen, como hacían con Letizia Bataglia, pero hemos decido dar rienda suelta a la dignidad, que es lo que a veces importa, y hemos comenzado a hacer fotos desde los cimientos de la casa. El fotoperiodismo con pie de foto.
Es emocionante contemplar lo que nosotros no podemos ver. Gracias.
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