Johnny Cash decía en su canción que llevaba el negro por los pobres y apaleados, que son lo que viven en el lado hambriento y desesperado de la ciudad. El cantante norteamericano insistía en su predilección por vestir el negro, por el prisionero que hace mucho que pagó por sus crímenes, pero sigue encerrado porque es una víctima de su tiempo.
La fotografía es una víctima de su tiempo, permanece encerrada en los ojos de los que la ven, esa foto es de ellos, de esos ojos hambrientos que roban de manera legal la autoría del que dispara la máquina de hacer instantáneas.
Para que el blanco mantenga sus características organolépticas intactas, es necesario dejarse corromper por el espectro nigérrimo, dejarse inmolar por el negro para sentir la pureza de la leche y el frío de la nieve
En una semana fotoperiodística como ésta, la plata y el plomo se funden; para asistir a un duelo, a un funeral es necesario irradiar el llanto con sueños de vagabundos, con la ceguera de la lechuza.
Para descifrar la timidez una adolescente es necesario desmigrañar la cefalea de una tormenta de verano.
Para calmar la calima de una alcazaba árabe es de obligado cumplimiento beber en un bar montado a caballo.
Para sentir el desfile de gotas en la piel de una guerra de agua es necesario perder batallas en edificios metálicos de abastos.
Y es que el negro que jadeaba Cash se lleva puesto por los ancianos enfermos y solos, por los imprudentes a quien una mala dosis los dejó secos.
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