Written by: Cara a Cara

Ousman Umar «El talento no tiene color»

Nacer un martes es común. Ser tu único dato para celebrar un cumpleaños ya no tanto. Cruzar el Sahara en busca del trabajo con nueve años es dantesco. Tardar cinco años en cruzar el estrecho una locura. Sentirse más sólo en Barcelona que una barca de maderos podridos en medio del mar una paradoja con común denominador; Esclavitud del siglo XXI.

“Es indiferente, no hay año, da igual que sea quince, veinte o trescientos años, lo más importante es el día de la semana”. Nos dice Ousman Umar con una sonrisa inmensa, y nos da el primer hachazo. «Aquí viene la diferencia de culturas, que a veces, pensamos que nuestra forma de entender y ver el mundo es la única manera para que funcione. Hay multitud e culturas”. Kwabena, martes en lengua ghanesa, nos los escribe en un papel, mientras nos recuerda que Kofi Annan, quien fuera secretario general de las Naciones Unidas, significa el cuarto hijo nacido en viernes.

Ese martes, de un año cualquiera, los designios de Umar ya estaban marcados por la tragedia. “Se supone en mi tribu, que el espíritu del recién nacido es más poderoso que la madre, y si el bebe al nacer muere la madre, se convierte en un ser poderoso, maligno capaz de dominar y matar a todo el pueblo.” Por un momento Ousman guarda silencio, ese vacío lo tapa el ruido de los niños que celebran un cumpleaños. Una celebración con fecha y hora exacta de nacimiento. “Me salvó mi padre. Era el chamán”. Otra larga pausa y una bicicleta de regalo en el cumpleaños de al lado. Umar la mira de reojo y nos recuerda, que eso era uno de sus oficios con menos de 10 años, soldar entre otras cosas, bicicletas.

De Ghana a Barcelona hay 21,333 kilómetros. 5 años. Esa es la distancia y el tiempo empleado por Ousman Umar para llegar a un destino, que según el fundador de la ONG NASCO, estaba escrito en algún lado. “Salí con nueve años de mi casa para trabajar”, nos muestra sus manos, “esta quemadura es fruto de soldar con esa edad, mi doctorado.»

Para cruzar el estrecho; Ghana, Burkina Faso, Níger, Libia, Argelia, Marruecos, Sahara Occidental, Fuerteventura, Málaga y Barcelona. 5 años, secuestros y vidas perdidas por el camino. “Hay que recordar que yo caí en manos de traficantes, porque los traficantes de inmigrantes te venden Europa como si fuera la panacea. Para llegar hay que cruzar unos de los peores desiertos del mundo, el del Sahara. De unas 46 personas que fuimos abandonadas en el medio del desierto, tres semanas más tarde. Sólo seis llegamos con vida, sin contar con los cadáveres de grupos diferentes que nos íbamos encontrando por el camino. La realidad supera la ficción. Aquel que fuera capaz de orinar para bebérselo después era el más afortunado”

A Ousman Umar se le empañan los ojos con una fina capa de lágrimas. Las pestañas hacen de dique y no se lanzan al vacío, sólo iluminan más los ojos de este héroe natural. Emocionado o cabreado, es difícil diferenciar su discurso, su charla es dulce y en ocasiones vehemente. Seguramente que la ha contado mil veces, en mil sitios con miles de personas pero creo vislumbrar que en la narración de esta odisea, añade un detalle que le hace daño. “En Libia descubro que soy negro”, continua Ousman, “Llegamos a un pueblo que se llama Udei el- Isir, cuatro cabañas, pero lo peor de todo es que después de tanta tortura, nadie se nos acercó, sólo niños, que nos pedían dinero por una miserable botella de agua, ser negro y vivo en Libia era un delito, cuando tuve una hemorragia en la nariz y fui a pedir ayuda a un médico no me quiso tocar, porque tocar la sangre de un negro es tocar la sangre de un perro”.

Salí con nueve años de mi casa para trabajar, esta quemadura es fruto de soldar con esa edad, mi doctorado.

«Lo que llega a Europa es la punta del iceberg, la gran mayoría morimos antes. La peor tortura lo vivimos antes de llegar a las costas europeas”. Preguntamos a Ousman por la posible solución de la inmigración, si tiene alguna pista sobre la que sostener este desequilibrio mundial, la respuesta nos sorprende, “La solución de la inmigración está allí, en África, no está aquí en Europa, lo siento mucho pero cuando llegamos al mar la batalla está perdida”

Hay un momento clave, quizá mágico, chamánico, un instante que cambia la vida del ghanés. Montse le da la mano, una casa, comida caliente, una cama y un beso de buenas noches. Montse y su familia catalana le hizo nacer dos veces. “Hay que reconocer lo que es la curiosidad fue el motor que me empujó a realizar todo este recorrido, me preguntaba ¿Quiénes son los blanco que son capaces de hacer un avión por encima de mi cabeza?” “Pensaba que ser blanco era ser médico, ingeniero, un semidiós, pero cuando llegué a casa de Montse entendí que el talento no tiene color”.

Lo que llega a Europa es la punta del iceberg, la gran mayoría morimos antes. La peor tortura lo vivimos antes de llegar a las costas europeas

La distancia mide el valor de la personas, una escala realizada con valores económicos, el hermano de Ousman tardó cinco horas en llegar en avión, él cinco años. Dos carreras después Ousman crea la ONG NASCO Feeding Minds con el fin de proporcionar acceso a la información y la educación, reduciendo la brecha digital. La mejor manera según Umar de acercarnos al nuevo mundo sin tener que pisarlo. Un “viaje” para crecer sin morir en el intento.

Es indiferente, no hay año, da igual que sea quince, veinte o trescientos años, lo más importante es el día de la semana.

LUGAR DE NACIMIENTO

Dicen que la infancia te marca para toda la vida, a pesar de que, en mi caso, fue una etapa que no encontró espacio para desarrollarse. Nací en África, en un pueblo llamado Fiaso, Ghana, un martes de 1988. Cuando era un niño no tenía mucho con lo que disfrutar y, por lo tanto, tuve que fabricar mis propios juguetes. Cuando tenía sed, tenía que ir al río para conseguir agua. En mi casa no había nada; si quería comer pescado, tenía que ir a pescar al río. Era el hijo del chamán del pueblo y, a menudo, iba a la jungla a buscar plantas para curar enfermedades de las personas de la zona. Todo empezó un día, mientras jugaba al fútbol con mis amigos después de cuidar a los animales. De repente vi un avión que volaba. “Y pensé: ¿cómo puede haber un avión allá arriba? Si yo cojo cualquier cosa, la lanzó al aire y cae a tierra, ¿cómo es que ese avión no cae?”. Lo comparé con los juguetes que había construido y que había tenido que arrastrar por tierra si quería que se movieran. Una vez me dijeron que solamente las personas de piel blanca podían volar en aquellos aviones. Trabajaba soldando chapa; tenía unas manos y un cuerpo muy pequeños y estables que me permitían entrar dentro de la compleja maquinaria y realizar soldaduras que no eran nada simples. Un día oí hablar de Libia. Me dijeron que si me trasladaba allí, recibiría un buen salario, cosa que me parecía imposible porque, hasta aquel momento, en Accra, trabajaba sólo por comer un bol de arroz al día. Por descontado, acepté.

“VIAJE” A TRAVÉS DEL DESIERTO DEL SÁHARA

El viaje que emprendí todavía me parece una película, parece algo surrealista que nunca podría pasar. A menudo, me digo a mi mismo: “¿Cómo pude sobrevivir?” Un ejemplo de esto, tuvo lugar en el desierto del Sáhara. Éramos 56 personas en tres coches Land Rover ( eso son 18 en cada coche), cruzando el desierto entre las dunas. De repente, tuvimos que bajar de los coches porque los conductores “tenían que ir a buscar gasolina” y no iban a tardar mucho. Nunca volvieron. Fuimos abandonados en medio del desierto. A pesar de esto, un chico aseguró que conocía el camino correcto, y por lo tanto, decidimos seguirlo. Aprovechó la ocasión para hacernos pagar dinero, de lo contrario, no nos guiaría. Pasaron los días y, con el grupo, nos enfrentábamos cada vez a más contratiempos. No teníamos comida ni agua. “Una de las cosas que he aprendido de esta experiencia, es que el cuerpo humano es verdaderamente sabio; se adapta a cualquier situación “. Después de 21 días llegamos a la otra parte del Sáhara. Únicamente 6 de nosotros, de las 56 personas que éramos originalmente, sobrevivimos.

“Me rendí varias veces durante el viaje. Ya no tenía esperanza. Aquellos fueron momentos difíciles “. Afortunadamente, vi un cadáver en una gran roca. Espantado, me acerqué y miré en sus bolsillos. Llevaba una cantimplora llena de agua. “Aquello salvó mi vida. Me pregunto por qué fui yo el que lo vió, pero doy las gracias a Dios por escoger este camino”. Una vez llegamos a Libia, las cosas fueron peor de lo que esperábamos. En aquel momento, el país estaba controlado por Gadaffi.

VIAJE EN UNA PATERA

Estuve en Libia durante 4 años. Pude ahorrar suficiente dinero para huir del País. La mafia me convenció para que pagara 1.600 dólares para cruzar el Mediterráneo y llegar finalmente a España. «Te llevaremos, solo tardaremos 45 minutos», aseguraron. Jamás pude comprobar esta información. De nuevo tenía problemas. El problema con las mafias viene de muy atrás. No son solo ellas, hay muchas más personas involucradas (los policías de día, trabajan para las mafias por la noche). Eso fue la consecuencia de un acuerdo político entre Francia y Argel en tiempos de Sarkozy; por cada inmigrante arrestado, la policía obtenía una recompensa. «Fuimos duramente maltratados»: durante el día, los policías hacían su trabajo. Por la noche se convertían en perversos. Aun así, la mafia nos facilitó material y equipamiento para que pudiésemos construir nuestros propios barcos. Una vez terminados, tuve el valor de subir en uno de ellos. Yo no sabía nadar. Nos costó dos intentos adentrarnos en el océano. En el primer intento, el barco colapsó contra las olas y murieron 10 personas. Uno de ellos era Muusa, mi mejor amigo.

Después de este intento fallido, volvimos al desierto. Recuerdo que perdí los zapatos por lo cual tuve que caminar descalzo durante 1 mes. 33 días después, la mafia nos consiguió nuevos materiales y construimos 2 barcos nuevos. Éramos 60 de nosotros para cada barco. y esta vez, el otro barco se hundió. El nuestro, en cambio, nos llevó a Fuerteventura (la tierra prometida). Un amigo mio me dijo: «¡levántate, hermano! ¡Caminemos! Estaba agotado». Chocamos contra las rocas y el barco volcó justo delante de la orilla. Pensé que iba a morir. Afortunadamente, llegué a tierra y me sentí realmente aliviado. Las olas me arrastraban hasta la arena. Ni siquiera pude estirar las piernas debido a que había estado sentado en el barco durante 24 horas. No podía andar ya que mis pies estaban llenos de cicatrices. Mis compañeros caminaban hacia una carretera iluminada y me centré en seguirlos. Era una noche oscura y llovía. La policía apareció junto a «La Cruz Roja» y los medios de comunicación. Estaban atendiendo a mis compañeros y les proporcionaban mantas. Luego, gritaron: «Mira, ahí hay otro» La Cruz Roja me recogió y me cubrió con mantas. A diferencia de los demás, me llevaron a una ambulancia porque estaba temblando. A continuación, tuvimos que firmar varios documentos y nos llevaron a la Oficina de La Cruz Roja. Más tarde nos llevaron al hospital y los médicos me hicieron lo que llaman «Test de la muñeca» para conocer mi edad. Yo solo sabía que nací en martes: eso es lo único que importa en Ghana cuando nacen los bebés. Estuve en prisión aproximadamente un mes. Cada dos o tres días, me enviaban a una habitación pequeña y oscura donde me interrogaban. Querían que confesara, aunque yo no tenía nada que decir.

Tuve la suerte de escuchar que después de este periodo, el Estado de España me daba la posibilidad de residir en España. Después de esto volé a Málaga en un pequeño avión, donde me preguntaron a qué ciudad me gustaría trasladarme. No conocía España ni las ciudades más importantes. Entonces, recordé que, cuando estaba en Accra, había visto un partido en la televisión en el que jugaba el Barça. Así pues, dije “Barça”. Ellos entendieron lo que quería decir. Barcelona era mi último destino.

LLEGADA A BARCELONA. 24 de febrero de 2005

Me dieron un sándwich de atún, una botella de agua, un plátano y un billete de ida. Estuve en Barcelona por primera vez en el invierno del año 2005. Cuando llegué me sentí muy feliz de no pedir la dirección de la Oficina de la Cruz Roja a la ciudad. Anduve mirando con atención todas las cosas. Los coches, las casas … todo era nuevo y maravilloso. Recuerdo que saludaba a todo el mundo en la calle, como se hace típicamente en África. La gente me miraba de una manera extraña … Finalmente, se hizo oscuro y no tuve tiempo de ir a la oficina. Por lo tanto, tuve que dormir en la calle. Me desperté el día siguiente. Estaba alrededor de “la Meridiana” sentado en un banco. Me encontré con una mujer que paseaba lentamente. Me levanté y me acerqué a ella educadamente. Le mostré todos los documentos que traía, le expliqué quién era y le pregunté dónde podía encontrar la Oficina de la Cruz Roja. Ella casi no hablaba inglés y no me entendía. No obstante, parecía interesarse por mis explicaciones. Me cogió la mano y llamó a su marido, que sí hablaba inglés. Hablé con él con facilidad. A continuación, la mujer me invitó a almorzar y me dio su número de teléfono. Me pidió que la llamara si tenía que volver a dormir en la calle alguna otra vez. Me dirigí hacia la Plaza de España siguiendo las indicaciones que aquella mujer, Montserrat Roura, me había dado. Una vez allí me sentí muy estresado. No sabía cómo interpretar el mapa del metro. De repente, escuché una voz femenina detrás de mí. Me asusté mucho puesto que en Libia los chicos no pueden hablar con las chicas. Su nombre era Eva y me ayudó mucho. Me mostró donde estaba la Cruz Roja y me recomendó que fuera yo solo (en caso contrario no me aceptarían). Me dio 40 €, una mochila y después se fue. Fui enviado a un complejo deportivo donde pasé 3 noches. Pero la cuarta noche,  fui expulsado y volví a la calle. Dormí en bancos durante otro mes. Fue realmente agotador. Por eso, decidí llamar a Montserrat (me había dado su número de teléfono hacía un tiempo) y le expliqué la situación. Después de una larga conversación, decidió que ella y su marido hablarían con la Cruz Roja. Fueron muy generosos y me acogieron como tutores (todavía no era un adulto). Finalmente, llegué a una conclusión: la pregunta no tendría que ser “¿por qué?” sino “¿para qué?” “¿Para qué me iba a servir esa experiencia?”. La respuesta estaba clara: “ahora tengo que comunicar e informar de mi experiencia para concienciar a los otros sobre el lugar del que procedo. Tiene que haber una manera de mejorar nuestras condiciones en Ghana y, lo más importante, tengo que evitar que otras personas sufran la misma experiencia que yo. Las posibilidades de morir son demasiado elevadas “.

Empecé a estudiar catalán y español y pude aprobar mis exámenes de bachillerato. Después empecé mi grado de química durante 2 años en la Universidad de Barcelona, que tuve que dejar porque no podía trabajar como mecánico de bicicletas (para pagarme los estudios) y realizar las prácticas y los estudios de química al mismo tiempo, y me cambié a la carrera de Relaciones Públicas y Marketing. La terminé y un año más tarde estudié un Máster en ESADE en Dirección, gestión y organización de ONGs.

NASCO FEEDING MINDS

En 2012 fundé la ONG NASCO Feeding Minds con el fin de proporcionar acceso a la información y la educación, reduciendo la brecha digital. Con esto, intento evitar que los jóvenes de Ghana se embarquen en viajes mortales como el que yo mismo realicé. Si hubiera sido consciente de las distancias, los riesgos y la ubicación de Europa, nunca habría dejado Ghana como lo hice. La educación es la herramienta para cambiar cualquier sociedad. NASCO se fundó en 2012, tuve que comprar 45 ordenadores con mi propio sueldo de mecánico, después del fracaso del “crowfunding” iniciado. Pensé que esta era una herramienta muy importante y necesaria. Es una forma de construir puentes y abrir una gran puerta al mundo para estos estudiantes desfavorecidos de África, empezando por Ghana. Estos primeros 45 ordenadores de mesa se enviaron a la escuela secundaria de San Agustín, en la región norte de Ghana. Empezamos con 850 alumnos y 2 profesores de ICT, y hoy, en 2020 ya han pasado más de 20.000 alumnos por las 11 aulas que tenemos actualmente en marcha. Un total de 30 escuelas se benefician de ellas. Más tarde descubrí que existe la Responsabilidad Social Corporativa de las Empresas, y que cada cuatro o cinco años cambian sus equipos informáticos porque quedan obsoletos. Gracias a ello, muchas empresas nos han donado sus equipos para que podamos aprovecharlos y abrir nuevas aulas en Ghana. También empecé a compartir esta experiencia con los centros escolares de aquí, con aquellos niños y niñas que tienen todo lo que necesitan, pero no sacan provecho o no aprecian el derecho de tener acceso en la educación.

Willy López | Fotografía. Félix Méndez

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